¿Cómo leer una etiqueta?
Debemos partir de una premisa única y sencilla; si un alimento necesita una etiqueta para que sepas que estás comiendo, entonces no estás ante la mejor de las opciones. Pero dado que es casi imposible escapar de esta "trampa" de la industria, por lo menos que tengamos los conocimientos mínimos para saber interpretar la etiqueta y saber qué tiene aquello que comes.
Las autoridades, tanto las europeas como las nacionales, han hecho un esfuerzo para aumentar la regulación en cuanto al etiquetado y, aunque con alguna ligera modificación, han conseguido homogeneizar el formato, obligando a que se listen los ingredientes del producto. Pero hecha la ley, hecha la trampa. Las grandes compañías de la industria alimenticia han usado la normativa para confundir y engañar al consumidor. Y es que el negocio es el negocio.
El etiquetado de los alimentos procesados nos permite saber tanto su composición como sus cualidades nutritivas, su fecha de caducidad o de consumo preferente, su origen y el mejor modo de conservarlos. No obstante, a menudo, las etiquetas resultan confusas, complejas o generan dudas en el consumidor.

Se puede ver a personas que llenan el carro de la compra sin la mas mínima preocupación por los productos que se llevan y otros que leen las etiquetas con detenimiento buscando aquello que está y no debería estar. Pero en realizad se necesitan ciertos conocimientos mas allá de comprobar si un producto lleva azúcar añadida o no (que es lo que mira la mayoría). A todos nos gustaría que no intentaran engañarnos, pero las cosas son como son, de manera que es responsabilidad del consumidor formarse lo mínimo.

El problema no está habitualmente en la información alimentaria obligatoria (que se manipula para que la entiendas lo menos posible), sino en la parte voluntaria que está mucho menos reglada y hace que los reclamos publicitarios se conviertan en un "todo vale". Cuando aprendas a leer una etiqueta (si es que no sabes ya), descubrirás que ese alimento que compras pensando que es sanísimo, porque así te lo han hecho creer, pues en realidad no es tan sano.
La etiqueta está reglamentada por el Reglamento (UE) Nº1169/2011 sobre la Información Alimentaria Facilitada al Consumidor, cuya finalidad es proteger nuestro derecho a una información verídica. En 2016 sufrió la última modificación en la cual se abogaba por la claridad de la información de cara al consumidor: la información debe estar toda en el mismo campo visual, se debe usar un tamaño mínimo de letra, o se deben destacar los alérgenos entre otros.
En los envases de los alimentos podemos encontrar tres partes etiquetadas; la parte "comercial" o denominación legal de venta, el listado de "ingredientes" y la de información "nutricional". Estas partes no puede exceder unas dimensiones relativas al tamaño del envase, y deben reflejar claramente la información esencial de interés para el consumidor y ser legible y clara.
Dentro de las etiquetas se hacen dos divisiones; la información voluntaria (regulada y no regulada) y la obligatoria.
En la información voluntaria encontraremos una parte regulada y otra no regulada, pero la realidad es que casi toda sirve como disfraz para llamar tu atención sobre determinados aspectos de los alimentos y despistarte de la información importante.
En información (voluntaria) regulada; las más exitosas son las declaraciones nutricionales y las de propiedades saludables.
Las primeras, las declaraciones nutricionales hacen alusión a la presencia, ausencia o variación en un nutriente. Parece muy técnico, pero son esas menciones que hablan de que el producto es “alto en calcio”, “fuente de proteínas” o “bajo en grasa”.
Las segundas, relacionan el alimento o un nutriente con un beneficio sobre la salud, por ejemplo “el calcio contribuye al mantenimiento normal de los huesos”. No es que sean mentira (es más complicado), de hecho están reguladas y tienen que ser previamente aprobadas, pero el truco está en que pueden hacerse simplemente por contener un nutriente en cantidad suficiente y no valoran el alimento en su conjunto. De ahí que las encontremos en bollería, platos precocinados o lácteos cargados hasta arriba de azúcar.

En la información (voluntaria) no regulada; el límite es la imaginación del fabricante. Menciones como “casero”, “mediterráneo”, “sostenible”, “artesano”, “natural”... no tienen ningún soporte legal o lo que es lo mismo: no significan nada. Pero consiguen captar tu atención y diferenciarse del alimento de la competencia.
Otra versión es destacar dentro de la información no regulada la ausencia de algún compuesto, ya sea “sin aditivos”, “sin organismos genéticamente modificados” o “sin antibióticos”. Algo que no tiene ningún sentido porque no se puede enumerar todo lo que un alimento no contiene.
La información obligatoria
La denominación del alimento. Si se trata de un complemento alimenticio, en la etiqueta deberá aparece esta denominación.
La lista de ingredientes en orden decreciente.
Todo ingrediente (alérgenos) tecnológico que figure en el anexo II (pg. 26) o derive de una sustancia o producto que figure en dicho anexo que cause alergias o intolerancias y se utilice en la fabricación o la elaboración de un alimento y siga estando presente en el producto acabado, aunque sea en una forma modificada.
La cantidad de determinados ingredientes o de determinadas categorías de ingredientes.
La cantidad neta del alimento.
La ración de consumo.
La fecha de duración mínima o la fecha de caducidad.
Las condiciones especiales de conservación y/o las condiciones de utilización.
El nombre o la razón social y la dirección del operador de la empresa alimentaria.
El país de origen o lugar de procedencia cuando así esté previsto.
El modo de empleo en caso de que, en ausencia de esta información, fuera difícil hacer un uso adecuado del alimento.
Lote. La indicación del lote se efectuará de conformidad con lo dispuesto en el Real Decreto 1808/1991, de 13 de diciembre, por el que se regulan las menciones o marcas que permiten identificar el lote al que pertenece un producto alimenticio
La información nutricional.
Ahora repasemos los errores más habituales que se cometen al leer una etiqueta:
Vincular una ración con el producto completo
Esto es sumamente frecuente y se explica por no prestar la suficiente atención. Una gran cantidad de productos presentan un desglose nutricional por cada ración (por ejemplo, por 85 gramos sobre un total de 320 gramos).
Las propiedades de los envases obedecen al marketing, no a la realidad.
Los productos envasados pueden contar con vistosos mensajes en su cara principal informando sobre las elevadas cantidades de tal o cual vitamina o de los beneficiosos efectos del alimento. No obstante, echa un vistazo a la parte trasera para comprobar en qué proporciones reales están presentes esos nutrientes.
Perder propiedades y estar caducado no es lo mismo.
Se trata de una de las luchas más antiguas entre las asociaciones de consumidores y la industria alimentaria. Determinadas etiquetas indican una fecha a partir de la cual el producto pierde algunas de sus propiedades (consumo preferente) pero no está caducado ni es perjudicial para la salud.
Las calorías no son inmutables.
La cantidad de calorías que presenta un alimento no tiene siempre la misma traducción práctica en nuestro organismo, puesto que cada tipo de producto facilita que la aportación calórica se absorba de distinta forma. La correcta interpretación de etiqueta de alimentos debe tener en cuenta que las calorías de las frutas y las de la bollería impactan de manera diferente. Así mismo existen otros factores que influyen en la forma que el cuerpo asimila este alimento: la ingesta previa de alimentos, la hora del día en el que se consume, los alimentos con los que se acompaña, la técnica culinaria, etc...