Lesiones de menisco y la osteopatía
Los meniscos de las rodillas son láminas semilunares (con forma de C) de fibrocartílago que se apoyan en la cara articular superior de la tibia y absorben las cargas que pasan a través de esta articulación. Están compuestos por colágeno, y en menor medida por glucosaminoglicanos, glucoproteínas y fibrocondrocitos. Las fibras de colágeno se encuentran organizadas longitudinalmente para absorber las fuerzas de compresión que se generan en la rodilla, pero también contienen fibras radiales que aumentan la resistencia del tejido.
Existen dos meniscos, uno en la zona interior y otro en la exterior, y por su ubicación cumplen dos funciones importantes en la protección de las rodillas**.** Al formar una junta entre la tibia y el fémur ofrecen amortiguación, ayudando a distribuir las fuerzas que se transmiten a través de la articulación. Su composición cartilaginosa, además, da estabilidad y permite que las superficies se deslicen entre sí. Sin los meniscos, la articulación de la rodilla quedaría desprotegida de las fuerzas que ejerce el movimiento sobre ellas.
Debemos tener en cuenta que caminar carga hasta dos veces el peso corporal en la articulación y correr unas ocho veces. A medida que la rodilla se dobla, la parte posterior del menisco recibe la mayor parte de la presión y con el paso de los años los meniscos pierden fuerza en los tejidos que los componen. Esto hace que las personas mayores sean susceptibles de sufrir un desgarro de menisco ante lesiones menores. Los desgarros degenerativos hacen que los meniscos se “deshilachen” y se desgarren en muchas direcciones. Pero las lesiones de menisco no afectan a un grupo de edad específico. Los desgarros en el menisco en personas menores de 30 años generalmente ocurren como resultado de una torsión bastante fuerte causada por una actividad deportiva. En estos casos lo más común es hablar de una rotura de menisco tanto parcial como compleja.
Cómo es
En un corte transversal tienen forma de cuña y se insertan con firmeza en sus extremos a la región intercondílea de la tibia. Sin embargo, no son estructuras exactamente iguales, mientras que el menisco medial tiene una forma de “C”, más ancho por detrás que por delante; el menisco lateral es prácticamente circular y se adapta a la forma del cóndilo lateral de la tibia.

En cortes perpendiculares a su eje, los meniscos son triangulares, con una cara superior cóncava para recibir a los cóndilos femorales, una inferior casi plana para adaptarse a la tibia y otra externa a la que se fija la cápsula articular, mientras que su borde libre es fino.
La zona periférica es gruesa y está vascularizada por asas capilares procedentes de la cápsula y de la sinovial, mientras que la región interna es avascular. Esto explica que roturas de menisco en la parte interna no provoquen dolor y las de la parte externa sí.
Aunque están colocados sobre la tibia, no se adhieren a ella más que por los extremos de sus arcos o cuernos por lo que pueden deslizarse sobre ella, en la extensión hacia adelante y en la flexión hacia atrás, motivo por el cual pueden ser pellizcados por el cóndilo que los rompe o arranca.
Funciones
Los meniscos ayudan a la congruencia articular entre la parte distal del fémur y la proximal de la tibia. Debido a que las cavidades glenoideas de la tibia presentan una concavidad poco marcada que no se adapta bien a la convexidad mucho más pronunciada de los cóndilos femorales, los meniscos elevan sus bordes y aumentan su profundidad. Así mismo, forman una especie de almohadilla elástica debajo de los cóndilos capaz de adaptarse a su forma y transmitir a la tibia, de manera uniforme, las presiones que recibe, sobre todo en la posición de hiperextensión y apoyo de la rodilla, por lo que ofrecen también amortiguación.
Debido a las relaciones que guardan con la capsula y los ligamentos de las rodillas, estabilizan los movimientos articulares mediante el relleno del espacio muerto que existe entre los cóndilos y los platillos tibiales, adaptándose sin cesar a la forma de este espacio que varía según las posiciones en extensión y flexión de la rodilla, así como durante los giros por rotaciones. También favorecen mecánicamente la lubricación intraarticular al permitir con sus desplazamientos una distribución eficaz del líquido sinovial. Por último, pero muy importante; protegen e interactúan con el cartílago articular ubicado por arriba y debajo de ellos, al reducir la fricción provocada por las solicitudes propias de la rodilla.
Cómo se lesiona
Las lesiones de meniscos se producen generalmente por un movimiento brusco provocando torsión, rotación o aplastamiento de la rodilla cuando el miembro en apoyo se encuentra en semiflexión, ya que ejerce un cizallamiento sobre el cuerpo del menisco mientras éste está sujeto a la periferia capsular. Esto es de 5 a 7 veces más frecuente en el menisco medial que en el lateral.

Tanto las rupturas longitudinales como las transversales del menisco pueden suceder de esta forma, aunque la hiperextensión o la hiperflexión también producen lesiones, sobre todo de las astas anteriores o posteriores de los meniscos. También se pueden lesionar por gestos combinados de rotación y flexión repetitivos (por deporte) que van degenerando el cartílago poco a poco..
Además, las posiciones bruscas de la rodilla en varo o valgo suelen causar desgarros meniscales. Si el trauma en valgo es intenso, se puede producir una ruptura del menisco medial, del ligamento lateral medial y del ligamento cruzado anterior, lesión conocida como “Tríada de O’Donoghue”. Esta lesión puede ocurrir debido a un traumatismo agudo, cambios degenerativos o como resultado de ciertas anomalías en la formación del menisco.
Diagnóstico de lesión
El diagnóstico de las lesiones meniscales es fundamentalmente clínico y se basa en los antecedentes de lesión y práctica deportiva, el estado referido por el paciente y la exploración.

Los síntomas indicativos de lesión meniscal son:
Dolor intenso y persistente en la interlínea articular femorotibial.
Derrame articular.
Bloqueos de rodilla.
Inflamación.
Chasquidos en la rodilla.
La intensidad del dolor suele ser referido a la zona del menisco lesionado, pero dependerá del tamaño y estabilidad de dicha rotura, lo que provoca mucha variabilidad clínica; a veces se refiere como dolor profundo, otras veces irradiado a hueco poplíteo (detrás de la rodilla) o incluso puede referirse al lado contralateral.
El derrame articular es mucho más indicativo de lesión meniscal si se produce a las pocas horas de la lesión. También se pueden producir derrames repetidos en roturas crónicas cuando la porción meniscal rota queda atrapada entre el fémur y la tibia y se produce una fuerte tracción en la periferia del menisco.
El bloqueo articular ocurre en roturas meniscales amplias que presentan un fragmento móvil que ocasionalmente queda atrapado entre las superficies articulares. Cuando esto ocurre, es imposible para el paciente realizar la extensión completa o la flexión completa de la rodilla, tanto por el dolor como por la obstrucción mecánica que ocasiona la interposición del fragmento.
Tratamiento osteopático
Como complemento a esta exploración están las pruebas de imagen, que pueden ayudar a arrojar luz sobre el diagnóstico siendo la más utilizada la resonancia magnética nuclear (RMN), ya que puede evidenciar signos de intensidad anormal en el fibrocartílago o ver su rotura o separación de la cápsula.
En osteopatía se hace una revisión corporal global que nos permita observar alteraciones en otras regiones que puedan estar influyendo sobre la rodilla modificando su funcionamiento. Es posible que alteraciones de origen podal puedan solicitar una mayor presión en alguno de los compartimentos de la rodilla favoreciendo así su lesión. O también podría ocurrir lo mismo cuando existiera una disfunción a nivel pélvico. Por este motivo es de gran importancia la realización de una evaluación ya que permite descubrir y abordar causas subyacentes y prevenir futuras lesiones.
Además del tratamiento osteopático conservador que podemos realizar mediante el ajuste de las estructuras en disfunción, también habrá que potenciar la musculatura estabilizadora (cuádriceps, bíceps femoral...), flexibilizar las estructuras articulares, mejorar la propiocepción o incluso aplicar medios físicos como la diatermia para disminuir la inflamación y mejorar el proceso de reparación del tejido.

Sin embargo, es posible que el tratamiento conservador no consiga recuperar la lesión y haya que recurrir al tratamiento quirúrgico, sobre todo en casos de roturas mayores.
En este caso, la artroscopia es el procedimiento de elección, siendo las técnicas más utilizadas:
Remodelación meniscal.
Sutura meniscal.
Trasplante meniscal.
En cualquiera de los casos, la readaptación deportiva funcional puede ser el complemento perfecto al tratamiento.
Suplementos
Es relativamente frecuente que se pregunte por la necesidad o no de introducir medicamentos protectores de cartílago, o del consumo de colágeno, magnesio, etc.
Si bien es cierto que estos medicamentos han demostrado su eficacia a la hora de reducir el desgaste del cartílago, no es imprescindible su toma si se quiere gozar de una buena salud articular. El movimiento o el sometimiento del cartílago a estímulos de carga por debajo del nivel lesivo, han demostrado también su eficacia en la regeneración del cartílago y en el buen funcionamiento de la articulación.

Por otro lado, el colágeno es una proteína de una calidad baja, es decir, que le es muy fácil al organismo generarla en función de sus demandas si la nutrición es correcta.
Asimismo, el magnesio también está presente en multitud de alimentos de una nutrición equilibrada.
Por tanto, sería mejor opción mejorar nuestra dieta aportando un consumo suficiente de frutas, verduras y hortalizas, proteínas de buena calidad y un estilo de vida más activo, que suplementar con sustancias que nuestro organismo puede generar. Aún así, si el cartílago articular está muy degenerado o la persona no puede mantener una buena nutrición por otro motivo, entonces sí que se puede valorar su inclusión.
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